Un montón de montañas por escalar

Este finde he cambiado mis zapatillas de danza por los «pies de gato». Hacía mucho que no volvía a calzármelos y había olvidado lo que siento en la pared, ¡no dejaré que pase tanto tiempo para volver a hacerlo!.

Reencuentro con viejos amigos, la oportunidad de probar una disciplina diferente en las alturas, un nuevo  proyecto que añadir a mi lista (que ya os iré contando), callos en las manos y un subidón flipante…esto ha significado volver a Rocópolis.

Y es que escalar es un desafío para mi cuerpo y mi mente, es como cuando bailo. Me concentro, tomo conciencia, interpreto lo que siento y el mundo exterior desaparece. Entran en juego sentimientos que por un lado me empujan a seguir y por otro me atemorizan. Parte de esa tensión proviene de la incertidumbre y la incertidumbre es algo que da miedo pero nunca me siento tan viva como cuando me encuentro así. Creo que es por este motivo por lo que siempre ando buscando un montón de montañas por escalar, montañas excitantes, fuertes, que representen un riesgo para mí, que me provoquen miles de emociones y que me hagan sentir viva.

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